“Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó”. – Marcos 1,31
Una de las muchas cosas que nos quitó la pandemia fue la habilidad de tener contacto físico con otras personas. Ya no podemos darnos la mano en la Misa o abrazarnos o estrecharnos la mano durante la señal de la paz, ni cuando saludamos a las personas antes y después de la Misa. Se nos dijo, además, que evitáramos el contacto físico y que nos distanciáramos físicamente los unos de los otros.
En el Evangelio según san Marcos de este fin de semana leemos que Jesús fue a la casa de Simón y Andrés, y mientras estaba allí curó a la suegra de Simón de una fiebre. Lo hizo simplemente tomándola de la mano y ayudándola a levantarse. Ella fue curada por el contacto físico con el Señor. Podemos asumir que la curación fue inmediata, ya que ella comenzó a atender a sus huéspedes. Otros en la región, que estaban enfermos o poseídos por demonios fueron llevados a Jesús. Leemos que Jesús curó muchas de las enfermedades y expulsó a muchos demonios. Al día siguiente, se dirigió a los pueblos cercanos para expulsar a los demonios y predicar en las sinagogas.
Este primer capítulo del Evangelio de san Marcos es el comienzo del ministerio público de Jesús y establece una especie de agenda para su futuro ministerio: predicar, enseñar y curar. Éste es el ejemplo que nuestros sacerdotes y diáconos practican hoy en día. Y éste es nuestro papel también en virtud de nuestro Bautismo. A través del Bautismo ustedes han sido enviados y empoderados para sanar los males de otras personas: alimentando al hambriento, protegiendo a los pobres y llevando el consuelo a los enfermos, que son algunas de las obras corporales de misericordia. Tengan hoy la valentía para marcar una diferencia en su comunidad uniéndose a un ministerio parroquial o de ayuda comunitaria, que lleve consuelo y alivio a las personas que más lo necesitan.