Un mensaje del p. Carlos
El Amor de Dios hecho carne y realidad en nuestro medio.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos nosotros. Estas palabras de San Pablo, en su segunda carta a los Corintios, las seguimos diciendo nosotros muchos días al comenzar nuestras celebraciones eucarísticas. Son palabras bellas y profundas, que no deberíamos limitarnos a escucharlas al comienzo de la misa, sino que cada uno de nosotros deberíamos decirlas y rezarlas individualmente muchas veces a lo largo del día.
Hemos llegado al final del tiempo de Pascua, y no es que la dejamos, no, todo lo contrario, la seguimos viviendo cada día, ahí donde hay un cristiano que se convierte y busca a Dios, ahí se celebra la Pascua de la Resurrección.
Como tiempo litúrgico retomamos el tiempo ordinario, estamos en la octava semana, pero como todos los años, después de pentecostés, tenemos los domingos, la Santísima trinidad, el cuerpo y sangre de Cristo.
La santísima trinidad nos recuerda que nuestro Dios es una familia, un Dios Trinitario. Es necesario meditar y vivir en profundidad este misterio de Dios Trino, y entender a la vez que nuestra espiritualidad y vida religiosa la vivimos a solas, en nuestro interior, pero no es menos cierto que la expresión comunitaria de nuestra fe se consolida y se acrecienta en una comunidad que se reúne en nombre de Cristo. Donde dos o más se reúnen en mi nombre, nos dice Jesús, allí estoy yo. Cuando expresamos comunitariamente nuestra fe en Dios Padre, es seguro que el Espíritu de Jesús está con nosotros. El cristianismo es fundamentalmente amor: amor a Dios y amor al prójimo.
El mejor regalo que podemos expresar y dar es la vivencia del amor, que implica, perdón, comprensión, aceptación, ayuda incondicional, orar y predicar por todos aquellos que conviven y caminan en este mundo con nosotros. Gloria , sea dada al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amen.