Pope at Audience: Christian prayer
is intimate, trusting, confident
Pope Francis reflects on the essential characteristics of prayer in his catechesis at the weekly General Audience, and says prayer is universal, intimate, and entirely trusting in God.
By Devin Watkins 05/13/2020 Vatican News
At the Wednesday General Audience, Pope Francis considered several of the core aspects of prayer.
He said prayer is common to all people, no matter what their religion, and “probably even to those who profess no religion.”
The Pope recently demonstrated the universality of prayer. He has invited people of all religions to take part in a day of prayer on Thursday, 14 May, to implore God for an end to the coronavirus pandemic. The initiative is promoted by the Higher Committee of Human Fraternity.
Flows from heart
In his catechesis, Pope Francis said prayer involves the most intimate mystery of our being. Christian writers have always said prayer is “born within the secrecy of our beings, in that interior place called the ‘heart’.”
Our emotions, intelligence, and body all participate in prayer, though prayer cannot be identified with any one aspect of our being. “Every part of the human person prays,” he said.
God is not shrouded in mystery
Prayer, said Pope Francis, is a yearning that takes us beyond ourselves as we seek some “other”. It is an “I” in search of a “You”.
A Christian’s prayer, he added, begins with the revelation that the “You” we seek is not shrouded in mystery.
“Christianity is the religion that continually celebrates the ‘manifestation’ of God, His epiphany.”
Intimate relationship
God has revealed Himself to us in His Son, Jesus Christ. So the prayer of a Christian brings us into relationship with God, without any fear or trepidation.
“Christianity has banished any type of ‘feudal’ relationship from the connection with God,” he said.
Tendencies toward subjection or vassalage, said Pope Francis, are replaced with friendship, covenant, and communion.
“God is the friend, the ally, the bridegroom,” he said. “One can establish a relationship built on confidence with Him in prayer.”
Trusting wholly in God
Pope Francis went on to say that Jesus taught us to approach God with trust, calling him “Our Father”.
“We can ask God for anything, explain everything, tell Him everything.”
Whatever our situation or perception of our lowliness, we know that God is always faithful, and embraces us with mercy.
“God is the faithful ally: if men and women cease to love, He continues to love, even if love leads Him to Calvary.”
Mystery of the Covenant
Pope Francis concluded his catechesis with an invitation to enter into “the mystery of the Covenant.”
“Let us place ourselves in prayer between the merciful arms of God to feel embraced by that mystery of happiness which is the Trinitarian life, to feel like those who are invited but have not merited such an honor.”
As we remain with God in prayer, he said, let us repeat with awe: “Is it possible that You know love alone?”
Catequesis: 2. La oración del cristiano
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La oración pertenece a todos: a la gente de cualquier religión, y probablemente también a aquellos que no profesan ninguna. La oración nace en el secreto de nosotros mismos, en ese lugar interior que los autores espirituales suelen llamar “corazón” (cf.
Catecismo de la Iglesia Católica, 2562-2563). Lo que reza, entonces, en nosotros no es algo periférico, no es una facultad secundaria y marginal nuestra, sino que es el misterio más íntimo de nosotros mismos. Este misterio es el que reza. Las emociones rezan, pero no se puede decir que la oración es sólo emoción. La inteligencia reza, pero rezar no es sólo un acto intelectual. El cuerpo reza, pero se puede hablar con Dios incluso en la más grave discapacidad. Por lo tanto, es todo el hombre el que reza, si su “corazón” reza.
La oración es un impulso, es una invocación que va más allá de nosotros mismos: algo que nace en lo profundo de nuestra persona y se proyecta, porque siente la nostalgia de un encuentro. Esa nostalgia que es más que una necesidad: es un camino. La oración es la voz de un “yo” que se tambalea, que anda a tientas, en busca de un “Tú”. El encuentro entre el “yo” y el “Tú” no se puede hacer con las calculadoras: es un encuentro humano y muchas veces se va a tientas para encontrar el “Tú” que mi “yo” estaba buscando.
La oración del cristiano nace, en cambio, de una revelación: el “Tú” no ha permanecido envuelto en el misterio, sino que ha entrado en relación con nosotros. El cristianismo es la religión que celebra continuamente la “manifestación” de Dios, es decir, su epifanía. Las primeras fiestas del año litúrgico son la celebración de este Dios que no permanece oculto, sino que ofrece su amistad a los hombres. Dios revela su gloria en la pobreza de Belén, en la contemplación de los Reyes Magos, en el bautismo en el Jordán, en el milagro de las bodas de Caná. El Evangelio de Juan concluye el gran himno del Prólogo con una afirmación sintética: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado». Fue Jesús el que nos reveló a Dios.
La oración del cristiano entra en relación con el Dios de rostro más tierno, que no quiere infundir miedo alguno a los hombres. Esta es la primera característica de la oración cristiana. Si los hombres estaban acostumbrados desde siempre a acercarse a Dios un poco intimidados, un poco asustados por este misterio, fascinante y terrible, si se habían acostumbrado a venerarlo con una actitud servil, similar a la de un súbdito que no quiere faltar al respeto a su señor, los cristianos se dirigen en cambio a Él atreviéndose a llamarlo con confianza con el nombre de “Padre”. Todavía más, Jesús usa otra palabra: “papá”.
El cristianismo ha desterrado del vínculo con Dios cualquier relación “feudal”. En el patrimonio de nuestra fe no hay expresiones como “sometimiento”, “esclavitud” o “vasallaje”, sino palabras como “alianza”, “amistad”, “promesa”, "comunión", “cercanía”. En su largo discurso de despedida a los discípulos, Jesús dice así: «No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda» (Jn 15, 15-16). Pero este es un cheque en blanco: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concedo”.
Dios es el amigo, el aliado, el esposo. En la oración podemos establecer una relación de confianza con Él, tanto que en el “Padre Nuestro” Jesús nos ha enseñado a hacerle una serie de peticiones. A Dios podemos pedirle todo, todo, explicarle todo, contarle todo. No importa si en nuestra relación con Dios nos sentimos en defecto: no somos buenos amigos, no somos hijos agradecidos, no somos cónyuges fieles. Él sigue amándonos. Es lo que Jesús demuestra definitivamente en la última cena, cuando dice: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20). En ese gesto Jesús anticipa en el Cenáculo el misterio de la Cruz. Dios es un aliado fiel: si los hombres dejan de amar, Él sigue amando, aunque el amor lo lleve al Calvario. Dios está siempre cerca de la puerta de nuestro corazón y espera que le abramos. Y a veces llama al corazón pero no es invadente: espera. La paciencia de Dios con nosotros es la paciencia de un papá, de uno que nos quiere mucho. Yo diría que es la paciencia junta de un papá y de una mamá. Siempre cerca de nuestro corazón, y cuando llama lo hace con ternura y con tanto amor.
Tratemos todos de rezar de esta manera, entrando en el misterio de la Alianza. A meternos en la oración entre los brazos misericordiosos de Dios, a sentirnos envueltos por ese misterio de felicidad que es la vida trinitaria, a sentirnos como invitados que no se merecían tanto honor. Y a repetirle a Dios, en el asombro de la oración: ¿Es posible que Tu sólo conozcas el amor? El no conoce el odio. El es odiado, pero no conoce el odio. Conoce solo amor. Este es el Dios al que rezamos. Este es el núcleo incandescente de toda oración cristiana. El Dios de amor, nuestro Padre que nos espera y nos acompaña.
El Papa Francisco